Imaginemos un buen hombre, dueño de una casa donde se hornea pan para los necesitados y se regala sin costo. No esta de mas comentar que tiene muchos hijos, varios de ellos adoptados y rescatados de las calles, a los cuales alimenta muy bien, jamás le ha quitado el bocado a uno para darlo al necesitado, siempre hay alimento en su hogar.
Un día llegó un harapiento y hambriento caminante que terminó saliendo del lugar sin recibir un solo bocado ya que los hijos del buen hombre no le entregaron ni una porción. En realidad el vagabundo ni siquiera se dió cuenta de cómo terminó fuera del lugar o en qué momento lo sacaron pero cabizbajo siguió su camino. Un hombre que lo vió salir con manos vacías se quedó pensando en ello muy extrañado, -nadie sale sin alimento de ese lugar se dijo – y mientras andaba dedujo 4 razones para que esto sucediera:
1) No había pan. Poco probable pensó el hombre, nunca ha faltado pan en la casa del pan, se que el dueño diligentemente hornea cada mañana mas que suficiente.
2) Los hijos no saben que el pan es para compartir con el hambriento. Es probable, se dijo, es bien sabido que varios de sus hijos no prestan atención a Su palabra ni siquiera cuando se las deja por escrito.
3) Los hijos no desean compartir el pan que hornea su padre, lo quieren para ellos. Suspirando por lo triste de la idea, el hombre recordaba que por desgracia en ocasiones recorren la ciudad historias acerca de algun hijo, que con corazón mezquino, retiene y guarda en su alcoba mas pan de lo que podría comer aunque eso implique después tener que estar comiendo pan duro y seco por tal de no compartirlo. Mas les valdría siempre compartir – meditaba aquel caminante – ya que eso permitiría que su padre siempre les estuviera proveyendo pan nuevo y fresco.
4) Por último – pensó – tal vez los hijos saben que es para compartir, no les molesta que se comparta ya que saben que siempre habrá para ellos pero seguramente no les gusta tratar con los menesterosos, tal vez simplemente les desagradan. Digo, a muchos nos molesta su olor, y la apariencia en ocasiones nos hace sentir inseguros pensaba el hombre. Estando en ello recordaba las historias que le contaba su padre acerca de cómo el buen hombre tomó a varios niños de las calles, como les alimentó para que dejaran de pasar hambre y cambió su futuro. ¿Será que se les habrá olvidado que ellos también anduvieron así – pensó él? ¿O tal vez no desean sentir dolor por las necesidades ajenas, tal vez no desean sentir carga alguna por los necesitados ya que obviamente eso les llevaría a invertir mas tiempo en las labores de su padre y ellos prefieren seguir pasando su tiempo en actividades que consideran mas entretenidas? ¿O tal vez no quieren recordar que no se han ganado nada de lo que hoy tienen, que fueron simplemente rescatados?
Afortunadamente la historia no termina ahí. Varios hijos del buen hombre dueño del dispensario se atreven a recorrer las calles, a salir de las comodidades que su padre les brinda, y buscan a esos hambrientos para compartirles el pan que su padre prepara para ellos. Nuestro hombre espectador, mientras caminaba, pudo ver como uno de estos se le acercó a aquel menesteroso y finalmente recibió su porción.
Ojalá todas las historias terminaran así. Pero no lo sabemos, tal vez muchos de esos menesterosos llegan al juicio sin que nadie les haya llevado pan… sin que nadie haya llenado su vientre de alimento y otros muchos hambrientos espirituales – y esto es aun mas serio – llegarán al final de sus días sin que nadie les haya compartido el mensaje para poder disfrutar de ese abundante pan de vida que es Cristo Jesús en nuestras vidas.
¿Cuál de los hijos del panadero somos? ¿Cuál queremos ser? ¿Qué nos impide compartir el pan de vida que hemos recibido? ¿Que no lo tenemos en nuestra vida? ¿Que somos egoístas y solo nos interesa nuestro bienestar? ¿Qué no tenemos ni idea de que espera Dios que hagamos? ¿O simplemente hemos olvidado el pozo cenagoso de donde salimos y nos creemos tan refinados y sofisticados que no podemos ser el toque de Dios para el pobre, el necesitado, el harapiento, el enfermo o el cautivo? Santiago nos dice que la verdadera religión consiste en cambiar vidas, no en practicar ritos.
Que Dios continue perfeccionando su obra en nosotros, creando un corazón como el suyo, con carga por los pérdidos e interés en los necesitados. ¿Qué opinan?